sábado, diciembre 08, 2007

El hombre y la rosa

Era un 8 de diciembre, día de la virgen y de armar el arbolito de navidad.
Eran casi las 9 de la noche pero el cielo continuaba claro y se percibía una noche de esas de la infancia, de la infancia en vísperas de navidad.
Yo volvía de Luis Guillón. Me había bajado cerca de Beiro y Artigas para tomarme el 110 que me dejaría en casa, pero las calles estaban cortadas; claro, era 8 de diciembre y se había armado una feria de santos que dejaba volar estampitas y cintas rojas.
En una esquina de la feria, mientras yo buscaba la calle donde el 110 pasaría con el cambio de recorrido, me detuve. Un vendedor de cerezas hacia sus últimas ventas y yo, que nunca he podido soportar la tentación ante un puñado de cerezas, me lleve medio kilo con yapa y todo.
Llegue a la esquina donde se suponía pasaba el 110 y allí lo vi recostado sobre un poste.
Tenía cerca de 65 años y apretaba contra su pecho una rosa roja y yo, que nunca he resistido la tentación de imaginar historias, me lo puse a mirar.
Parecía ir vestido de sábado: pantalones informales pero muy elegantes, camisa clara y un chaleco liviano. No llevaba bolso, ni diario, no había preparado los 80 centavos para el colectivo.
Solo abrazaba la rosa y miraba a lo lejos. El contraste mas grande era la rosa tomada por su mano, una mano de obrero o de labrador, de alguien que hace su vida a mano. Mano ancha, piel seca, dedos enrojecidos.
De su camisa asomaban apenas las cuentas de madera de un rosario.
El colectivo tardaba demasiado, pero el parecía sereno, por la fe en la religión o la fe en que la persona que lo esperaba no iba a impacientarse con su tardanza y lo abrazaría conmovida por la imagen de la rosa en esas manos rusticas.
Me conmovió aun mas mirar su rostro al oler la rosa. Eso, me dije, es algo que hacemos las mujeres sobre todo porque nos compramos las flores a nosotras mismas, pero un hombre oliendo una rosa me pareció profundamente libre. Admire a ese señor, admire que no tuviera prisa, admire que tuviera una cita ese sábado a la noche, yo no la tenía.
Mi colectivo llego.
El se quedo acodado en la parada, los ojos rasgados por el perfume.